Platón y el caso Errejón


¿Puede ser un mal político alguien que tiene una conducta moral intachable? ¿Y viceversa? El caso Errejón, nada nuevo bajo el sol de la política, abre un interesante debate filosófico, tan antiguo como la vida misma.

Para el viejo Platón, no basta con ser un político técnicamente solvente, tener unos estudios que acrediten tu capacidad y saberse desenvolver con astucia e ingenio en el mar embravecido de la política del día a día. Esto bastaba para los sofistas, quienes veían en el ejercicio de la política un delicado equilibrio, donde importa más lo que parece que lo que piensas. Política real, pragmática.
Platón veía en esa actitud un engaño imperdonable. La política debe ser éticamente intachable. El gobernante debe conocer y aplicar valores esenciales para ejercer con sabiduría su profesión.
Los sofistas interpretarían el caso Errejón como un mero ardid político de apariencias para evitar el desgaste propio y provocar el ajeno. Importa la imagen mediática, el efecto que producen los hechos sobre los objetivos políticos. La moral es un elemento subyacente y privado, que bien puede aprovecharse como arma o devenir en un obstáculo para el mantenimiento del poder.
Platón representaría, a juicio de los sofistas, la hipocresía e ingenuidad de creer que realmente en política puede existir un acto desinteresado, noble, ajeno al interés estratégico. Sin embargo, ningún ciudadano quisiera vivir en una sociedad donde sus políticos fueran personas de dudosa moralidad. No nos fiaríamos de ellos. De ahí que mantener a raya la imagen pública y también privada es un objetivo primordial en todo político.
En un supuesto teórico de que tuviéramos que elegir como ciudadanos entre moral privada cuestionable y eficacia política, nos sorprendería comprobar que una amplia mayoría elegiría lo segundo porque beneficia nuestros intereses, pese a que quien me lo procura sea un individuo de moral reprobable. Sin embargo, en la práctica muy pocos se fiarían de un político así. Preferimos que el político mantenga un equilibrio de apariencias entre su vida privada y el ejercicio de su profesión.
Mis alumnos me suelen preguntar si me gusta más un filósofo que otro. Suelo decepcionarles con mi respuesta. Como en la vida misma, ¿por qué elegir entre un amigo y otro? Ambos aportan matices importantes a tener en cuenta, certezas frágiles que necesitan del complemento de un sabio contrapunto. Los sofistas nos avisan, como Maquiavelo, del mecanismo amoral que pone en funcionamiento la política, tomando la moralidad como escenario de apariencias a su favor. Platón, por su parte, nos advierte del peligro de que los gobernantes se rijan por su propio interés y no por el bien común. Un político debe ser (o aparentar ser) bueno, además de hacer bien su trabajo.
Ya anciano, Platón dejó medio terminada una obra en la que, más escéptico que idealista, reconocía que si un político no puede ser bueno por voluntad propia, deben existir leyes que lo procuren.
¿Qué dirían Platón y los sofistas del caso Errejón?

Comentarios

  1. Buen trabajo de reflexión, Ramón

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  2. En la sociedad actual, es prácticamente imposible escalar puestos en una gran corporación (o un partido político importante), teniendo una moral intachable. Debes ser capaz de mentir, adular, ser cínico y tener pocos escrúpulos en pisotear a quien tengas detrás. Sin embargo ese comportamiento no está tan mal visto por la sociedad como otras cosas más privadas que te han que ver con llevar una vida disoluta. ¿Que es ser moralmente intachable?

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  3. Gracias por la reflexión y la motivación e inspiración a seguir creando.

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