¡Silla, mala!
Decía Freud que nuestros ancestros eran muy listos. Cuando algo no les iba bien, cuando una desgracia aquejaba a la tribu, una cosecha se iba al traste o una epidemia se zampaba de un bocado a sus vecinos, le echaban la culpa al dios de turno, declarándolo incompetente. Con la llegada del monoteísmo, la responsabilidad ajena se convirtió en culpa propia, en remordimiento. En vez de echar pestes contra dioses y humanos, la gente empezó a creer que eran ellos mismos culpables del infortunio, ya sea por su ligereza moral o porque la vida era así, un mal de lágrimas que hay que asumir con resignación y humildad, anestesiando la tristeza con plegarias a un dios invisible e indolente.
No sé bien dónde oí esta anécdota ni si responde a la realidad o es fruto de mi traviesa imaginación, pero la comparto porque viene a cuento. Un niño pequeño se tropieza con una silla y se hace daño. La madre, al ver el incidente y para aliviar el incontenible mar de lágrimas del chaval, se acerca a la silla, mano en alto, y proyectando imaginarias bofetadas en el aire, exclama: ¡Silla, mala! Desconozco si la estrategia de la progenitora tuvo el efecto anestesiante que buscaba, pero lo que es claro y evidente -mis disculpas a Descartes por citarlo con ligereza- es que el imberbe aprendió el improductivo arte de excusar su torpeza y no responsabilizarse de sus propias contingencias. Desviar la responsabilidad hacia un objeto inanimado anima al zangolotino a creer que fuerzas ajenas a su voluntad rigen los destinos de su vida.
Hace años que en mis clases de Filosofía en Bachillerato vengo observando una tendencia que no sé si responde más a un escepticismo fruto de mi edad o revela algo más allá de lo que muestra. El porcentaje de estudiantes que creen en el destino como una fuerza irracional que predetermina sus vidas, sin que la voluntad pueda hacer nada para que el resultado sea diferente, ha crecido exponencialmente. Hace 10 años, los estudiantes defendían posturas a favor del poder de la voluntad como motor en sus decisiones. Hoy, el porcentaje se invierte a favor de quienes opinan que da igual lo que quiera tu voluntad, las cosas suceden porque tienen que suceder, y sin escrúpulos de que el origen de esa creencia esté fundado en causas irracionales, imposibles de justificar con ayuda del intelecto o de un sano ejercicio de asertividad contra negras expectativas. Da igual, pa' qué, podría definir el adagio generacional.
Homero se tiraría de los pelos si levantara la cabeza, maldeciría tamaña indolencia: ¿Dónde están los héroes que se rebelan contra el destino marcado por los dioses? Imagino a mis alumnos mirar de reojo a Homero, con una mezcla entre desdén y escepticismo, y pensar para sus adentros: ¿Qué ventajas tiene hacerse el héroe si todos acaban mal, castigados por los dioses en un tormento infinito? Mejor dejarse llevar por la marea de la vida y atrapar la pizca de alegría que puedas. Estos boomers están locos.
El terremoto de Lisboa de 1755 generó encendidos debates que enfrentaron a algunos filósofos y animaron el desánimo provocado por una catástrofe que afectó a toda Europa. Voltaire defendió un sensato escepticismo frente al optimismo teológico de Leibniz. No vivimos en el mejor de los mundos posibles y sin duda Dios es un arquitecto mediocre y cruel. La arbitrariedad de la naturaleza revela la inconsistencia de creer en una divinidad perfecta y competente. Rousseau, alérgico a disquisiciones teóricas, centró su análisis en las condiciones deplorables de las viviendas de Lisboa, que agravaron aún más los efectos del terremoto. La estrategia de la silla mala no cuela con Rousseau. En vez de desviar la atención hacia debates teológicos o reflexiones infértiles, debiéramos analizar con frialdad e inteligencia pragmática las causas sociales, económicas y políticas que agravaron la catástrofe.
Lo paradójico es que el terremoto de Lisboa sirvió para invertir las políticas de construcción de la capital, en perjuicio de las clases más bajas. Una estrategia que hoy es el pan nuestro de cada día. Antes del terremoto, las casas de los ricos y los edificios institucionales estaban construidos con materiales pesados, en terrenos menos estables, lo que provocó que quedaran más afectados que las construcciones de las clases vulnerables. Como los poderosos tienen dinero e influencia, se pusieron las pilas y reconstruyeron Lisboa de tal forma que la rueda de la fortuna girara a favor suyo. En cualquier caso, quiero imaginar que aquel fatídico 1 de noviembre -mismo día y mes en que escribo este texto- los pobres lisboetas sonrieron felices porque al menos una vez en la vida Dios, ese arquitecto incompetente, castigaba a los ricos y se apiadaba de los pobres. Siglos posteriores enmendarían la azarosa justicia divina a favor del que manda.
Hoy, los pobres precariados del siglo XXI saben que los efectos de las desgracias naturales tienen un cierto porcentaje nada natural, que obedece a decisiones humanas con intereses de dudosa moralidad o indolente voluntad. Pero saberlo no es lo mismo que combatirlo. El poderoso influjo de la silla mala planea sobre nuestras almas, debilitando nuestra voluntad y anestesiándonos con la promesa irracional de una responsabilidad ajena, abstracta e incompetente. Pasado el terremoto, después de despotricar contra todo, dioses y políticos, cada cual vuelve a su vida, que bastante guerra da, como para defender causas perdidas de antemano.
Homero nos observa, ciego pero no tonto, perplejo, invocando a Poseidón y el resto de dioses de la naturaleza, a ver si tras alguna de estas desgracias, espabilamos y reconocemos que las sillas son para sentarse.
Estupendo el bocadillo para el pensamiento, querido Platón en pantuflas. Me preguntaba si el punto de partida de tu reflexión ha sido que coincidiera este día con el aniversario del terremoto, o si lo has enlazado a posteriori. Disfruto mucho de cómo creas en tus materiales esa excelente galería de imágenes y temas magistralmente articulados entre sí, que vam fluyendo de uno a otro como si siguieran el flujo del agua en una cascada. Un abrazo y espero el próximo ávidamente.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Que coincidiera ha sido casualidad. Comprobando fecha he visto que hoy era 1 de noviembre. Saludo. Nos vemos en el siguiente texto.
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